Un día alguien me preguntó si sólo había vivido cosas malas o traumáticas en esta y otras vidas, y recuerdo lo que le contesté: «no, es que lamentablemente las caricias no dejan marca». No es del todo así, porque nos dejan «marcados» positivamente para siempre, pero lo que no nos dejan son bloqueos energéticos en el cuerpo, ni bloqueos emocionales, nada que «resolver» ni liberar. ¿Por qué? Porque no hay impacto. Todo aquello que nos supone un gran impacto emocional y nos «encoge» (seguro que puedes evocar esa sensación en ti) se nos queda grabado en el cuerpo, en nuestro campo emocional, mental y energético. Hay veces que podemos liberarlo al momento, lo hace el cuerpo de manera inconsciente dentro de sus mecanismos de autorregulación, ya puede ser con un ataque de ira, de llanto o ¡incluso de risa!, lo que hace que el diafragma se distienda y saque ese «susto» que se ha quedado en el cuerpo. Pero hay veces en que no es tan fácil y el impacto es mucho mayor… Y nos desborda de tal manera que no somos capaces de gestionarlo, muchas veces porque no tenemos ni las herramientas para hacerlo. En esos casos, ¿qué ocurre? Se nos queda en el cuerpo, guardadito, y empieza a darnos miedo mirar allí, y con el tiempo empezamos a sentir una molestia, que luego se convierte en dolor, conforme va bajando al cuerpo físico, y que al final puede acabar siendo un problema. Porque, además, empieza a llover sobre mojado, ya que… ¿recuerdas eso que solemos decir de «los golpes siempre me van al pie que me duele, o al dedo en que me he hecho un corte… ¡parece que todo me va allí!»? Pues es que así es… O más que «que te vaya allí», es que las situaciones similares las vas a vivir desde el mismo lugar, porque una parte de ti se quedó bloqueada allí.
Pongamos un ejemplo que quizá es más fácil: soy una niña pequeña, estoy en el parque jugando a x, y viene alguien o algo que me da un susto muy muy fuerte que no soy capaz de digerir o asimilar, porque tampoco tengo las herramientas para comprender lo que está pasando, y me quedo con ese impacto ahí. Pongamos que el susto me lo dio una paloma, por ejemplo. Que fuera una amenaza real o no, eso a nuestro cuerpo le da igual, la cosa es que a mí me provocó un gran impacto emocional y me dio miedo. Y no lo saqué, no fui a llorar a mamá llorando a mares, por ejemplo. Y me quedo así, con el impacto. Aparentemente no ha pasado nada pero, inconscientemente, a partir de ahí puede ser que, cuando vea una paloma, me dé algo de cosita y quizá se me cierre el estómago, porque lo viviré desde ese mismo lugar. Y puede ser que tenga 30 años, esté de vacaciones en un lugar paradisíaco y de repente vea una paloma, haga un movimiento inesperado, y, sin saber por qué, sienta pánico. No tiene sentido, ¿verdad? En ese paraje idílico además… Una tonta e insignificante paloma… Pero es que quien está viviendo ese momento con esa paloma es la niña pequeña que estaba en el parque aquel día, que se quedó impactada y el impacto le quedó dentro, que vivió una situación que sintió que le superaba y no pudo gestionar. Se le quedó dentro «el susto». Pero no sólo eso, sino que se añaden todas las palomas que haya visto y que por algún motivo le hayan asustado o incomodado desde entonces, aunque no haya sido ni consciente de ello, que quizá le han cerrado el estómago un poquito (o lo que sea) cada vez inconscientemente. ¿Os hacéis a la idea de cuántas palomas han podido ser en más de 20 años? Quizá el ataque de pánico empieza a tener más sentido… ¿verdad? Pues eso mismo pasa con todo lo demás, con todos los impactos emocionales que nos han dejado una impronta, sobre todo los de la más tierna infancia.
Otro ejemplo… Todas las veces que te han insultado con un fea, gorda o empollona, por decir algo, y te lo has «tragado», están en tu cuerpo y se van acumulando, como una silla llena de ropa… Y ¿qué suele pasar con las sillas de la ropa?… que, para cuando te das cuenta, ¿de dónde ha salido esa montaña? ¡Si no sabías ni que tenías «tanta ropa»! Tus camisetas se han reproducido como por arte de magia… Y lo mismo que con los insultos pasa con los disgustos, con los ataques, con los golpes, con los duelos sin resolver… Con todo aquello que te ha hecho sentirte amenazado/a o desbordado/a y que no has podido gestionar. Y llega un día en que, de repente, la vida te pesa y te preguntas por qué, «si a mí no me pasa nada, si lo tengo todo para ser feliz, si debería ser capaz de vivir alegre y satisfecho…» Y ¿cómo vas a poder? Si llevas un mochilón con la «ropa» acumulada de años… Te has convertido en tu propia silla de la ropa, amigo/a. Pero esto no es para culpabilizarnos, claro que no. Que bastante hemos tenido con vivir y esto no nos lo ha explicado nadie. Vivimos de espaldas al cuerpo, cual niña del exorcista contorsionista, y sólo lo usamos para que nos lleve la cabeza, porque es lo que nos han enseñado, claro. Cuerpo, caca. Hasta que llega un día en que el cuerpo te dice «estoyyyy aquíííííí», como Jack Nicholson en «El resplandor» que mira que acojona (estoy de pelis de miedo yo hoy…) y tú dices «¿perdona?» y te pilla mirando a las avutardas. Y ¡no entiendes nada! Claro, ¡¿cómo lo vas a entender?! ¿Pero qué te está contando? De repente tu cuerpo te habla en latín porque nadie te ha enseñado a escucharlo y ponte tú a refrescar la lengua muerta. Pues ni flais.
Volviendo al tema inicial, de las caricias y las marcas, el cuerpo lo que guarda son los impactos y estos suelen ser negativos (digo suelen ser porque también puede ser que te den una buena noticia y el impacto sea tan alto que también se te quede reflejado, incluso con dolor, imagina que te toca la loto y te da un infarto de la emoción, poniéndonos cafres…). Las caricias, las vivencias positivas, el amor, el autocuidado, el respeto… fluyen con la vida, nos nutren, nos acarician el alma, y nos dejan huella también, claro, una huella que nos construye, que hace que cada vez seamos mejores personas, que podamos sentirnos valorados, protegidos y a salvo, que podamos sentir empatía hacia los demás… Pero nunca es algo que moleste ni necesitemos resolver. No hay herida ni cicatriz que sanar. No quedan marcas.
Lo bueno de todo esto es que las heridas se pueden sanar…